Práctica 11. La educación del futuro
El primer alumno se levanta de su pupitre,
me saca de mi ensimismamiento y hace que vuelva de nuevo al presente. Ya ha
terminado el examen. Cojo el papel que me ofrece y seguidamente echo un vistazo
al reloj. Si ya ha terminado será que queda poco tiempo para que finalice la
hora, pienso. Pero no, son las 12:40, todavía tendré que esperar veinte minutos
más. Continúo en mi silla, pensando. Vaya grupo…Este chico, por ejemplo, el que
acaba de marcharse, ni siquiera sé qué hace aquí. Ya tiene 17 años, pero sigue
acudiendo a las clases con relativa frecuencia y puntualidad. Tampoco es nada
grave, los lunes nos cuestan a todos…pero no deja de llamar mi atención. Él
llega, se sienta, a veces charla con los compañeros, otros días dibuja –
realmente es un buen dibujante -, y mientras, a intervalos más o menos
regulares, levanta la cabeza y me mira. No tengo claro si me escucha o si
comprende lo que digo, aparentemente no, pero la realidad es que sus exámenes
son muy buenos. ¿Cómo lo hará? Quiero decir, ¿cómo ha llegado a plantear esas ideas?,
¿cuándo ha desarrollado esa capacidad tan crítica y por qué sus compañeros no
han evolucionado de la misma forma?, ¿qué dificultades han encontrado en el
camino? Ojalá existiera un método que permitiera conocer ese proceso. Así
debería ser la educación del futuro. Entonces, en mis clases ya no habría libro
de texto porque en la web existiría una oferta de materiales para el aula
suficientemente amplia para encontrar con rapidez lo que necesitara sin las
limitaciones impuestas de una editorial. Los alumnos, por tanto, no tendrían
que traer mochilas gigantes donde guardar los cuadernos de clase ni preocuparse
por cómo organizar las materias– cada color para una asignatura -, pues todo se
trabajaría con el ordenador. De esta manera todo el proceso de trabajo quedaría
registrado, indicando perfectamente su evolución, sus logros, sus dificultades…Y
lo mejor sería la objetividad de estos datos. Ya no haría falta escuchar
diagnósticos imprecisos de profesores incomprensivos del tipo «ese chico es muy
cortito» pues las máquinas lo analizarían todo con absoluta minuciosidad. Y las
herramientas con las que trabajar los contenidos en el aula se ajustarían perfectamente
a la diversidad e intereses del alumnado. Quizá también podría plantearse una
educación que no fuera estrictamente presencial, de este modo, si un alumno no
acudiera a clase por cualquier circunstancia tendría la posibilidad de seguir
avanzando de forma independiente y podría participar en las siguientes clases
sin sentirse perdido o confuso por no entender el contenido de la misma. Se
podrían conectar las asignaturas para trabajar los diferentes temas de forma
interdisciplinar para facilitar el aprendizaje de los estudiantes y, por
supuesto, la relación entre los alumnos y el profesor no estaría acotada por el
horario lectivo…
De nuevo algo me distrae de mis
pensamientos. Es el timbre. El tiempo del examen ha acabado y los alumnos se
acercan a entregar los folios escritos que poco a poco inundan mi mesa. Los
recojo, los sujeto con una goma y salgo del aula. La aplastante realidad se
abre paso y a partir de ese momento un único pensamiento logra instalarse en mi
mente: Vaya tarde me espera…
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